domingo, 21 de octubre de 2012

Bocanadas de deseo, parte 2 de 8



Ankara

De su Voluntad hice mis Deseos y de su Cuerpo, mi Templo.


        - Estoy esperando.- volvió a decir con voz aún más grave, cuando me hubo alcanzado.


Sin la osadía siquiera de que mis ojos cruzaran instante en el tiempo con los suyos. En absoluto silencio, sólo irrumpido por el tamborileo arrítmico de los latidos de mi corazón, destrabé mis brazos, deshaciendo el nudo que abrigaba mi cuerpo y que ocultaba sus curvas de la mirada impertérrita y displicente de ÉL. Sentía su presencia ágil, cálida. Por su torso subía el olor de una piel desconocida hasta ese entonces para mí. Incapaz de reflexionar, toda mi atención se concentraba sobre sus labios, entreabiertos, y a sólo diez centímetros de mi rostro. Un deseo extraño y desbocado comenzó a despertarse en mí.

       
        - Ahora las piernas.- ordenó seguidamente a mi acción, sin alterar la expresión regia que franqueaba sus facciones.


De forma autómata a su voz, a la imposición de su mirada de propietario, a la soberanía que flameaba de su figura, descrucé las piernas, inquieta, nerviosa, abandonando mi sexo al deleite que a ÉL le proporcionaba aquella deliciosa perspectiva.


Sin cederle ni un sólo segundo al deseo, sin dejar de auscultar e interpretar con sus ojos la reacción que irradiaba de los míos, llevó sus dedos hasta aquel rincón íntimo y sensorial de mi ser, y lo palpó, con suavidad. Apenas un ligero roce que espoleaba mi Placer y ponía en jaque a todos mis sentidos. Tacto sutil y exquisito al que mi cuerpo se rendía, ondeando bandera blanca ante su buen hacer. 
Con aire triunfador, sus labios se adelantaron a esbozar la levedad de una sonrisa cuyo significado no era difícil diagnosticar.


       
         - Me gusta comprobar la forma en que tu cuerpo me concede la licencia de su placer.- dijo en tono sugestivo, sin apartar su mirada de la mía.- Me gusta contar con su beneplácito, aunque tú te resistas a ello.- señaló, prosiguiendo con los dedos su delicado escrutinio.


Bajé la mirada cuando un rubor candente asomó por mi rostro, anquilosándose indiscreto y entrometido en el blanco albor de mis mejillas.

       
        - No te he ordenado que bajes la mirada ante mí.- me dijo, elevando con su mano mi barbilla, en lo que parecía, sólo parecía, un ademán de ternura.


Ternura… Evoqué el pensamiento que en una ocasión sus labios habían parafraseado en un dechado de sabiduría gnóstica; “Los caminos que llevan al Infierno, están empedrados de gestos amables y buenas acciones” expresó por el entonces aquel. ¿Acaso aquél gesto…? Difícil labor captar la esencia del corazón de un Verdugo.

      
        - Me excita verme reflejado en el miedo que asoma vibrante por el azul turquesa de tus ojos.- volvió a hablar, en tono enigmático y envolvente.


Portaba un collar, enjuto, estrecho, labrado en acero y cuero, como la textura afinadamente imantada que revestía la esencia de su Alma. Alargó el brazo hasta mi cuello y, ayudándose con las dos manos, lo colocó allí, hasta cerciorarse de que la frialdad del metal quedaba completamente ceñida al palpitar tierno que surgía de la carne. En el mismo momento en el que el artilugio comprimió mi cuello, sentí los latidos del corazón precipitarse vertiginosos contra la cárcel de huesos que formaba mi pecho. El eco de su sonido hueco ensordecía mis oídos hasta casi aislarme del exterior. Levanté hacia él mi rostro de Virgen Inspirada, reconociendo la curiosa atención que me dispensaba en la peculiaridad simbólica del momento.


Parpadeé. Dos lágrimas cristalinas resbalaron con pereza por la piel nacarada de mi tez. Esmaltándola, como sí de una gema preciosa se tratase, de timidez, de miedo, de recogimiento, de acopio, de ansiedad, de inquietud. A pesar del apocamiento y de la pujanza que el pudor urdía en mi interior, el despertar de mi carne, ante el que ya se perfilaba como Mi Señor, se descubría como Verdad Absoluta a través de un cuerpo envilecido por SU lujuria, enviciado por SU perversión, corrompido por la degeneración de SUS pensamientos, por la inmoralidad de SU ética, por la obscenidad de SU lenguaje.


Acarició mi vientre, de piel intacta y tierna. En un cálculo perfecto, midió con sus manos mis senos, que acusaban, conspiradores con el deseo y con su hacer, el roce de sus dedos. La tensión que interpretaba mi carne fue tornándose dócil y manejable a su maestría, comenzando a ceder al contacto firme que proporcionaba en mi cuerpo la dulce insolencia de sus manos.


Su presencia provocaba en mí una sensación turbadora, difusa, una inquietud desconcertante que me subyugaba a su ser, una fiebre en el Alma que me despojaba de cualquier Voluntad propia que pudiera poseer.

3 comentarios:

  1. SOS, estoy ardiendo de ganas por tener un hombre así.

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  2. yo amo a una persona que se llama ricardo de la escuela sec tec ind 116

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