miércoles, 24 de octubre de 2012

Bocanadas de deseo, parte 5 de 8



Ankara

Por ÉL, vencí todos los miedos que sentía. 
 


La frialdad del metal se estrechaba en mis muñecas hasta alcanzar iracundo el hueso. Aquellos grilletes acerados que pendían mi cuerpo del techo, en mitad de la luz vespertina que se colaba curiosa a través de los postigos de la ventana y que sumergían la estancia en una mágica espiritualidad, se convertían en el hilván que me aferraba a su Voluntad, y que esclavizaba la mía a su antojo. 
 


Dio un tirón seco de la cadena, en cuyos extremos, se apuntalaban los cepos que apresaban fuertemente una rebeldía casi congénita. Mis brazos y mi cuerpo se tensaron al unísono en un golpe descortés, que puso en guardia todos mis sentidos. Noté entonces como mis huesos se dilataban uno a uno, abrigando la sensación de desquebrajase en el momento que ÉL así lo deseara. La tensión que me exigía mantener aquella postura, provocaba que los músculos de los brazos y de las piernas adquirieran un marcado relieve de su perfil, haciendo que mi figura se estilizara en un único trazo que se enaltecía curvilíneo hasta el infinito. El pecho se elevó, y la cintura se precisó en una curva esquiva y cínica. Poema visual que atormentaba la mirada de mi Verdugo desde el otro lado de la habitación, y que se confesaba como un sediento incapaz de satisfacer su sed de contemplación. De reojo, observé como ÉL, ángel perverso de mi recato, examinaba mi cuerpo bajo un deseo sexual declamado por el brillo lúbrico que afloraba en sus ojos.
Mi figura, expuesta, daba alas a su fantasía. 
 


A la pausada continuidad de unos minutos de desarrollada admiración estética y artística ante el sugerente dibujo que le presentaba el esbozo de mi cuerpo, erguido de aquella forma sublime, se adelantó unos pasos, astuto, taimado, tanteando con la mirada la Tierra virgen aún por descubrir y pendiente de conquistar, mientras acariciaba con una sutileza, corrompida por la falta de virtud, el látigo de cuero que traía entre las manos. Tragué saliva, y mis pupilas se dilataron por el miedo, hasta oscurecer la claridad de mis ojos, al mismo tiempo que seguían atentamente la perversidad del movimiento de sus dedos en la ejecución de aquel macabro pero excitante gesto. 
 


Vendó la incertidumbre de mi mirada con un lazo de seda negra, impidiéndome ver lo que había de acontecer. “Los verdugos ocultan el rostro de sus víctimas en un intento de preservar la moral” -me susurró al oído. Una moral moldeada a falsa escuadra. Satirizada con burla a esas alturas. Una moral al uso a la que se le había caído la careta, arrancada de cuajo de manos de su lujuria. 
 


Sin más ruido en la estancia que el sonido agitado de mi respiración, y la imperiosa idea de que, la efigie de mi cuerpo, cobraba por momentos más belleza, -para complacencia del color esmeralda de sus ojos-, con aquella postura subyugadora, se distanció unos metros.
 


Detrás de mí, el látigo restalló en el aire, devastándolo in misericorde a su paso, y advirtiendo su magnificencia. El sonido huidizo y apagado de su chasquido al restallar se clavó en la profundidad de mis nervios, agudizando una respiración de por sí ya apurada. Los pulmones se asfixiaban codiciando dar paso al torbellino de oxigeno que solicitaba la incertidumbre y la ansiedad de la que estaba siendo protagonista. Contuve el aliento en un segundo que se me antojó eterno. La piel palpitaba en un estupor emocionante, vibraba expectante irguiendo cada vello, rompiendo cada poro, para impregnarme beoda de la esencia de mi condena.
 


El artilugio acarició elegantemente mi espalda, en un golpe rápido y seco. Una sacudida me atravesó el cuerpo al sentir el calor del cuero castigar mi dermis, instándome a curvar ligeramente la espalda, cuando el primero de los azotes disciplinó riguroso mi torso, cuando por vez primera, probaba el sabor del látigo. Todo el esnobismo de SU Alma de Amo, resplandecía brillante entre las sombras que sangraba la estancia, envolviendo el ambiente en un hechizo místico y fascinante del que me era imposible escapar. El aire se respiraba ya viscoso en el lugar, denso, en un compendio misceláneo entre morbo y sexo, que se internaba en la profundidad de los pulmones, arrebatando la cordura y violando los sentidos.
 


        - Quiero que cuentes cada uno de los latigazos con los que vas a ser castiga.- ordenó con voz acerada.- ¡Comienza a contar!- exclamó sin más, en tono severo.
 


Omití su orden y guardé silencio mientras el simposio de sensaciones que me acometían, pugnaban por intentar fluctuar de una manera menos anárquica de lo que lo hacían. 
Anhelar coherencia y flema para mis emociones en esos momentos, se convertía en una tarea ardua a la que no podía hacer frente.
 


        - Creo que eres consciente, Mi Muñequita de Porcelana, de las consecuencias que acarrea hacer que te repita una orden dos veces.- habló nuevamente, rompiendo el sepulcral silencio instalado en la habitación.
 


Lo sabía, y como bien percibía ÉL, era plenamente consciente, que no sé si consecuente en ese instante, de su severidad, del rigor con el que su Autoridad podía recaer sobre mí. Mimetizarme con Sus Deseos se presentaba como el menor de los males.
 


        -¡Comienza!- me ordenó.
        - Uno…- dije rotunda. 
 


Un segundo latigazo cayó sobre mí sin premeditación, dejando un marcado relieve de color púrpura, como legado nuncio de su movimiento serpenteante y avasallador. 
 


        - Dos…
 


El látigo cortó el aire por tercera vez, descargándose de nuevo en mi espalda. Su trazo quemaba la piel hasta realzar su licencioso contorno. 
 


        - Tres…- murmuré, apretando fuertemente con las manos la cadena que unía los grilletes que sujetaba mis muñecas.
 


El siguiente golpe hizo contraer toda la musculación del cuerpo, que se retorció ligeramente sobre sí mismo. Una conocida sensación de hormigueo, latía guarnecida sin ser percibida, entre mis piernas. 
 


        - Cuatro…
 


El zumbido sibilante del látigo al cortar el aire, resultaba hipnótico, como el bisbiseo susurrante y seductor de una Pitón, batiendo mis oídos. Su ondulado sonido desinhibía la carnalidad de mis instintos y mataba todos mis fantasmas.
 


        - Cinco…- dije, dejando entrever mi dulce suplicio.
 


El látigo continuó silbando en la estancia, dejándome el tiempo necesario para respirar entre cada uno de los lances que ÉL me confería. Experimenté un morbo que parecía dominar a todas las demás sensaciones. 
 


        - Seis…
        - No te oigo bien.- dijo irónico.- Repite más alto.
        -¡Seis…!- coreé, elevando una brizna el tono de voz.
 


De forma repetida, el flagelo restañó en mi cuerpo diez veces, como Epitafio de la Soberanía que disfrutaba sobre mi Entrega. Aquel artilugio, empuñado implacable por su férrea mano, no hallaba obstáculo en encontrar el camino hasta mi espalda. 
 


Las lágrimas que humedecieron la venda que cubría mis ojos, atestiguaban el refinado dolor que atravesaba mi torso, en la decena de filigranas inmortales que lo surcaban de un lado a otro, atenuando con generosidad, el sufrimiento que dulcemente me acercaba a ÉL, a Mi Señor.

5 comentarios:

  1. Elegante,si caer en soeces ni vulgaridades....Me gusta...el bdsm ahi que tratarlo con cuidado y esmero, y tu lo estas consiguiendo

    Un bs

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  3. Gracias, Marilì, por anotar esas percepciones sobre mi relato. Como bien dices, el bdsm hay que tratarlo con la hermosura que se merece. ankara.
    P.D: Suprimí el comentario para añadir simplemente que espero te gusten los siguientes capítulos.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  4. EL BDSM DE HERMOSO NO TIENE NADA, ES ENFERMIZO. Y EN MI OPINION VOLVIO EL RELATO MUY DESAGRADABLE. PODRIA HABER SIDO BELLISIMO POR LO BIEN REDACTADO QUE ESTA, SI HUBIERA ENCARADO EL SEXO Y EL ROMANCE DESDE UN LADO SANO Y SIN DAÑAR SUSCEPTIBILIDADES.
    NO ES UNA CRITICA OFENSIVA, SI A TI TE GUSTAN ESAS PRACTICAS NO ES DE MI INCUMBENCIA, PERO YO CREO QUE CON TANTO TALENTO PARA NARRAR Y DESCRIBIR DEBERIAS RELATAR ALGO MAS TRADICIONAL SIN ENTRAR EN ESAS INCLINACIONES SEXUALES PARA QUE CUALQUIER LECTOR PUEDA DISFRUTARLO. SALUDOS

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. la belleza como se suele decir esta en los ojos de quien mira. Lo que no entiendo es que si no te gusta por que sigues leyendo porque me imagino que leerias desde el principio

      Eliminar

Por favor, se prudente y piensa antes de opinar. Respeta el trabajo de los autores y no ofendas con comentarios impropios.

Nos alegra tu opinión y deseamos leerte pronto.