sábado, 27 de octubre de 2012

Bocanadas de deseo, parte 8 de 8



Ankara

Algo inexplicable y Sagrado se cumplía para nosotros en el interior de aquella Sacra habitación.

Consagrado a la media luz y al secreto que habitaba en aquel lugar, saboreaba por adelantado el Placer que estaba a punto de degustar. Relamía un Deseo que se había adueñado de cada parte de su Ser con la voracidad de una bestia. 
 


Decidido a ultrajar mi inocencia, y con la idea fija de profanar mi cuerpo simplemente por el hecho de hacerlo, sin defensa alguna, ató mis muñecas a la firmeza forjada del catre de aquella enorme cama, para actuar libremente, a sus anchas. Atada y ofrecida, sus manos comenzaron a trepar por la geografía de mi cuerpo desvelando la ciencia de cada poro que la componía. Inflamando la carne al contacto. Cada curva, cada planicie, cada desfiladero, cada montículo, revelaba sus secretos al paso de sus caricias. Comprensible cuando los Milagros sólo sucedían a través de sus manos. 
 


Sin pedir permiso ni atender a condescendencias -no conocía buenos modales cuando de satisfacer sus caprichos se trataba-, se abrió paso entre mis muslos, seguro, confiado, convincente, dispuesto a conquistar la Tierra Bendita que tenía bajo sus pies.

Descubrí, en el enigmático color esmeralda de sus ojos, la satisfacción que sentía al ver de nuevo mi cuerpo sometido a los dictámenes que le apetecieran a su antojo.
 


Las respiraciones comenzaban a ser entrecortadas en un compás cadencioso de espera. La apariencia insolente de la que hacía gala me hizo experimentar un miedo ambiguo, extraño. Su sonrisa indescifrable, su penetrante mirada. De forma magistral, con el virtuosismo que solo sus manos portaban, acopló su pelvis entre mis caderas, en una perfecta conjunción de cuerpos. Mágica,. Calculada al milímetro. Deducida sin error. 
 


El aliento contenido, la boca seca, el corazón desbocado, el latido en el instante… el temblar del cuerpo. Su pose, tapizada de fiereza, de crueldad, preparaba el momento de la ofrenda, el instante brujo de la consagración de las pieles. Su rostro rezaba en viril desafío como el aguijón fino de un escorpión. 
 


Tal como se descarga un hacha en la fragilidad de la madera, -indefensa, vulnerable, expuesta de aquella manera proverbial sobre la cama, desabrigada a su acción- él, descargó su virilidad sobre mí, -en un golpe seco, vaciado- clavándose desvergonzado en mi ser, ensartándose en la devoción de la carne, hundiendo su sexo hasta la profundidad de mis entrañas, hasta que un sonido rasgado de mi garganta desgarró el silencio en una espiral de dolor y de placer. 
 


Su Deseo se hacía presente en mi ser y tomaba despótica forma a través de su sexo, enzarzado en una combate feroz con el mío. De nuevo, sin misericordia, volvió a abrirse paso por mi intimidad. El dolor de aquella segunda embestida avanzó sigiloso como una hiedra trepadora buscando hacerse notar. Mordí mis lágrimas mientras el baile de cuerpos comenzaba una danza de ritmo infinito y perfecto entre los dos. Imposible sustraerme al hechizo que emanaba su piel, mi cuerpo secundaba cada uno de sus movimientos. Estrechada contra ÉL; evaluando su contacto, su olor, su aliento sobre mi rostro, LE respiraba.
 


        - Carita de Muñeca, con piel de porcelana, de ojos claros, frágil como una flor, desgarraré las capas de tu Alma para alcanzar su esencia, y que ésta sea mía… sólo mía. Daré luz a tus sombras y humillaré a tu engreída rebeldía  hasta que baje los ojos ante mí. Seré el dueño y el guardián de tu Placer. Respirarás el aire de mis pulmones, beberás el agua de mi boca, te alimentarás de las ansias de mi cuerpo…
 


Como letanía de un monótono conjuro, el tono de su voz pervertía sus palabras hasta viciar mis sentidos. El éxtasis de la carne no osaba negar su potestad divina. Entre dientes, masticando con dulzor el mensaje, me susurraba al oído lo que iba a hacer conmigo, jurando sobre el libro pagano de mi cuerpo hacerme bajar hasta los confines del Infierno.
 


Su indescifrable mirada me contemplaba a escasos centímetros del rostro, mientras la luz consumida de las velas acariciaba el contorno de nuestros cuerpos entrelazados. Electrizado por el Deseo, su cuerpo, sus manos, sus palabras, me arrastraban a una marea de sensaciones indescriptibles, imposible de ponerles palabras. 
Mis gemidos orientaban sus manos y sus besos con aritmética precisa. 
 


Hundía su cuerpo en el mío con voluntad férrea, asegurándose de que comprendía el precio del pecado. Servicialmente, me dejé saborear por su lengua y hacer por sus manos, con el único consentimiento que le atribuía la humedad de mi cuerpo. ÉL se aprendió las líneas de mi boca como una plegaria a la que encomendar la salvación de su Alma, acallando los lamentos que provocaban en mí sus asaltos con la ternura de unos besos con sabor a almíbar. 
 


Siguió jugando incansable dentro de mí, acrecentando la intensidad de sus envites, hasta que un irrefrenable espasmo tensó mi espalda, elevándola bajo el Imperio su cuerpo. Por la claridad de sus ojos, asomaba la tiranía de quien ha de concederte un favor, un permiso, una gracia. 
 


        - ¿Puedo…?- supliqué.
 


Sonrió levemente. 
Lo miré con gratitud animal.
 


Un placer autoritario se abrió paso por mi cuerpo, cientos de impulsos eléctricos sacudieron infinitos cada fibra nerviosa de mi ser, obligando a la musculación a dilatarse al máximo, estirando mi torso todo lo que le permitían las ataduras y trazando en mi cuerpo movimientos imposibles, hasta llevarme a un punto sin retorno. Instantes después, sentí como se esparcían en mi interior las gotas de su placer.
 


Nos zambullimos en el corazón de una noche intemporal, infinita, inagotable. Abandonándonos en los brazos de la eternidad que nos mecía. El Universo se encerraba en aquel dormitorio que se impregnó con nuestra presencia de un delicioso aroma a sexo mientras lo habitamos. 
El Mundo nos pertenecía en la cadena perpetua de nuestra Pasión.
 


Pagaría con la vida el dulce tormento que me promete con la Palabra más Honorable, porque nunca el Cielo y el Infierno estuvieron más cerca. No quiero huir de él, y ÉL, no dejaría que escapara, porque cada uno se convierte en testigo de los Deseos y las Fantasías del otro, en cómplice de su Pasión. Porque el aire no es suficiente para vivir sí ÉL no me concede aunque sólo sea, la misericordia de unas BOCANADAS DE DESEO.

1 comentario:

  1. Me he leído los 8 capitulo y pues quede maravillada, me encanta la forma que escribe tan sensual y con tanta delicadeza.... Mi imaginación estuvo a mil..

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