Alison MacGregor
Esa postura no era una de las más
cómodas, sus brazos comenzaban a dormirse y la cuerda que sujetaba sus muñecas
raspaba su delicada piel, dejándole marca. Sin embargo, su excitación aumentaba
por segundos, mojando su sexo y erizando sus pezones desnudos.
No entendía cómo se había dejado convencer para esa clase de juegos, y
tampoco sabía si se arrepentía de haber tomado esa decisión. Lo único que sabía
a ciencia cierta era que su sexo se encontraba húmedo, necesitado de caricias y
deseoso de volver a sentir el tacto de aquel hombre perturbador.
Horas antes había sentido la polla de ese desconocido entre sus muslos,
embistiendo contra su cuerpo con descontrol, mientras sus manos habían agarrado
sus pechos, estrujándolos con fuerza, y su pelo, enredándolo y tirando con
frenesí. No entendía cómo le había podido dar igual no saber el nombre de ese
desconocido, ni siquiera no haberlo visto en toda su vida, lo único que había
importado en esos momentos era el orgasmo al que le estaba haciendo llegar. El
sudor impregnaba su piel y el olor a sexo llenaba la habitación, maravillándola
de nuevo.
Ahora, se encontraba esperando con las manos atadas a que aquel
desconocido apareciera para ahogarla en placer. Sabía que él podía hacerlo y
ella estaba dispuesta a conseguirlo.
De repente, la puerta de la habitación se abrió y oyó unos pasos que se
acercaban, quedándose a escasos metros del sofá donde ella se encontraba. Su
respiración se aceleró, su corazón saltó en su pecho y unas gotas de sudor
comenzaron a resbalar por su piel, desesperándola. El hecho de no poder girarse
y que aquel desconocido no pronunciara ni una palabra la enloquecían, su
cordura desaparecía y su sexo se humedecía.
Sentía la mirada del desconocido clavada en cada centímetro de su piel,
recorriéndola sin vergüenza, arrancándole el aliento, haciéndole sentir como si
fuera un tesoro digno de contemplar, como si no hubiera nadie más, únicamente
aquel hombre y ella.
Sus dedos comenzaron a estrujar la cuerda que sostenían, su garganta se
secó y comenzó a pensar que aquello había sido una equivocación. Sin embargo su
cuerpo desmentía todo aquello, ya que sus muslos se seguían empapando de su
esencia y sus pezones suplicaban ser acariciados.
Deseaba que aquella tortura terminara, que aquel hombre la agarrara por
las caderas y la follara sin control, haciendo que olvidara su nombre, sus
temores y preocupaciones, que tan solo sintiera la pasión desbordándole.
Pasó la lengua por sus labios resecos,
dispuesta a romper aquel silencio que la estaba excitando más que cualquier
caricia.
-Señor,
yo…-no pudo terminar la frase cuando un grito escapó de su garganta.
Una marca roja comenzó a formarse en su trasero, justo donde la fusta de
cuero le había golpeado. Sus mejillas ardieron de vergüenza por ser castigada
de esa manera, sin embargo sus ojos siguieron el movimiento del cuero,
deslizándose por sus caderas, pechos y cuello hasta llegar a su barbilla, donde
haciendo más fuerza, consiguió que su cabeza se girara con gran esfuerzo hacia
aquel desconocido.
Sus ojos se abrieron de par en par y sus labios dejaron escapar un
gemido cuando contempló la apariencia de aquel hombre, que horas antes había
estado junto a ella completamente desnudo. Ahora, seguía igual de
impresionante, con su piel morena brillando por el sudor, su pecho subiendo y
bajando con su respiración calmada, y su miembro duro y tieso, preparado para
embestirla de nuevo.
-No
vuelvas a llamarme de esa forma.-ordenó, mirándola con sus ojos oscuros,
provocándole un escalofrío.-Si te diriges a mí, debes llamarme “mi amo”. ¿Ha quedado claro, esclava?-preguntó, azotando su trasero de nuevo.
Asintió débilmente, contemplándolo, intentando comprender cómo era
posible que todo aquello no mitigara su excitación, sino que la aumentara por
completo, empapando sus labios más íntimos.
-Perfecto.-susurró, sonriendo
levemente.-Ahora, vas a hacer todo lo que yo te ordene y siempre que te
pregunte algo, responderás de inmediato y no me harás esperar.-ordenó de nuevo,
acercándose más a su cuerpo, pegando sus muslos contra su trasero, el cual se
asomaba por el borde del sofá.
Asintió de nuevo, gimiendo suavemente, deseando que la tocara de una
vez. No le importaba que él la sometiera, la dominara, la hiciera esclava de
sus deseos, lo único que quería era que la llevara al orgasmo tantas veces que
acabara perdiendo la cuenta.
-Ponte a cuatro patas.-dijo, pasando la
fusta por su espalda, bajando a su trasero.-Colócate como la perra que
eres.-aclaró, volviendo a azotarla suavemente, dejándole marcas coloradas que
la hacían gemir.
Obedeció, estaba ansiosa porque aquello comenzara, por sentir cada
centímetro de su piel en contacto con la suya. Sin embargo, necesitó que él la
ayudara, ya que sus manos atadas a su espalda no le permitían mucho equilibrio.
Ya dispuesta, su mano izquierda se colocó sobre sus caderas, comenzando a
acariciarlas con suavidad, contradiciendo las marcas de su trasero.
Comenzó a bajar con lentitud, recreándose en el
tacto de su piel, agarrándola y arañando suavemente aquellas marcas
delatadoras. Ella jadeó cuando sintió cómo su mano se abría paso por su
trasero, llegando a la humedad de sus carnes, gimiendo con cada roce. Sin
embargo, no todo acababa ahí. Tres de sus dedos se introdujeron en su sexo,
empapándose de su humedad, provocando que ella gimiera quedamente,
maravillándose del deslizamiento de sus dedos. Fue entonces cuando los sacó
completamente, mojados y dispuestos a deslizarse de nuevo, pero esta vez por el agujero de su trasero.
Gimió con más fuerza, suplicantemente,
ya que la excitación se había incrementado hasta límites inimaginables,
desbordando su mente.
-¿Te
gusta esto, preciosa?-preguntó, gruñendo, con su miembro a punto de reventar.- ¡Responde, esclava!
-Sí, amo.-respondió, lloriqueando.
Aquello era demasiado para soportarlo, necesitaba liberarse de inmediato.
Debería esta avergonzada, sin embargo deseaba que él continuara, que la
agotara, que terminara con ella. Afortunadamente, no tuvo que esperar mucho para
ello. Sus dedos entraban y salían de su trasero, mezclando humedades y
mezclando deseos.
El clímax llegó rápido, explotando en su cabeza, liquidando sus fuerzas.
Gritó, gritó y gritó, mientras empapaba su sexo, sus muslos y su mano. Sus
brazos no aguantaron y cayó sobre el sofá, respirando agitadamente, cogiendo
aire como si no quedara un mañana. Sintió cómo sacaba los dedos de su interior
y gimió, desesperada por no perderlos, porque aquella noria de sensaciones no
terminara.
Sin embargo, estaba equivocada, sus dedos habían desaparecido, pero el
juego no había terminado, ya que en su lugar notó su miembro rozando su
trasero. Este se acercó a su cuerpo instintivamente, queriendo más, deseando
todo lo que pudiera darle.
Y así fue, su sexo no tardó en sentir el tacto de su polla, y esta no
tardó en deslizarse profundamente y hasta el fondo en su cavidad.
Cada movimiento, cada empuje, cada sensación era un escalón más hacia el
orgasmo. Ella gemía, él gruñía, ambos se morían de placer. Estaba a punto de
alcanzar el final, sus paredes se cerraban sobre su miembro, apretándolo,
estrujándolo, deseando su semen en su interior, bañándola.
-Escúchame
bien, quiero que te corras ahora mismo, que me empapes de ti, esclava.-volvió a ordenar una vez más, dándole
una palmada en el trasero, mientras su miembro seguía entrando y saliendo de su
interior, rozando cada centímetro.-¡Hazlo, ahora!
Y así lo hizo ella, obedeciendo a su amo al pie de la letra,
empapándolo, intentando ordeñarlo, consiguiéndolo finalmente, llevándose con
ella sus gruñidos y gritos de placer, tomando su semen, deslizándolo por sus
paredes.
Ella cayó rendida de nuevo, pero esta vez junto a él, ambos con la
respiración acelerada, la mente nublada por la satisfacción de haber llegado al
orgasmo. Puede que él hubiera obtenido todo de ella, ordenándole y
satisfaciéndole, sin embargo, aún siendo ella la esclava, había podido obtener
lo que había deseado en todo momento: el placer de ambos.
No existe mayor placer que la conquista de la dominación
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